Hace más de un siglo, el psiquiatra alemán Ernst Kretschmer se percató de que las personas con tendencia a la obesidad (un cuerpo “pícnico”) padecían con mucha más frecuencia hipertensión y problemas vasculares, pero también inestabilidad afectiva (ciclotimia, trastorno bipolar).
Esta relación entre el trastorno bipolar y otros trastornos relacionados, incluyendo la depresión recurrente, algunos trastornos de personalidad o el trastorno esquizoafectivo, y la tendencia a la obesidad ha sido comprobada repetidamente en diversos estudios. Uno de los más interesantes (Alciati et al. 2007) demuestra una alta frecuencia de enfermedades del espectro bipolar en pacientes con obesidad severa. Al estudiar a las personas que están en lista de espera para cirugía de la obesidad, se dieron cuenta de que el 89% de ellos presentaban un diagnóstico del espectro bipolar, debido sobre todo a hipomanías puras sin un componente depresivo importante. Pero además, el 42% de las personas en lista de espera fueron diagnosticadas con trastorno bipolar tipo II.
Los datos de este y otros estudios son tan reveladores que, ante una persona con inestabilidad afectiva, los médicos debemos considerar al mismo nivel el tratamiento de su estabilidad emocional y el tratamiento de sus alteraciones del metabolismo.
Existen varias posibles causas que expliquen por qué las personas con trastorno bipolar tienen esta tendencia tan importante a engordar (con todos los problemas de salud asociados como aumento de la probabilidad de infartos, cáncer o diabetes, por ejemplo).
La primera es el efecto de los medicamentos para tratar el trastorno bipolar sobre el apetito y el metabolismo. Aunque esto es conocido, los estudios nos indican que en personas que no toman medicación porque no han sido diagnosticadas aún, también encontramos una gran tendencia a la obesidad y a las enfermedades metabólicas, por lo que este factor no es tan importante como parecía inicialmente.
La segunda causa sería que la obesidad provoca un sufrimiento psicosocial que conduce al trastorno bipolar y a la depresión. Pero como hemos visto en el estudio de Alciati, lo más asociado a la obesidad no es la depresión sino la hipomanía. Está claro que la obesidad causa sufrimiento a muchas personas, pero este sufrimiento no parece ser responsable de los trastornos afectivos. De nuevo, necesitamos diferenciar entre sufrimiento, tristeza y el concepto de alteración afectiva.
Y como tercera causa estaría la existencia de mecanismos comunes que producen la inestabilidad afectiva y, al mismo tiempo, alteran el metabolismo. Este tercer punto es el que personalmente me resulta más interesante y creo que puede arrojar más luz sobre la naturaleza de los trastornos afectivos y su tratamiento. Existen conexiones entre la biología y la genética de estos dos problemas, que incluyen la inflamación, el estrés celular y la regulación metabólica.
Actualmente, el trastorno bipolar y las enfermedades relacionadas se empiezan a considerar, no tanto como resultado de una alteración de las emociones, sino como algo más amplio: una mala regulación de la actividad y el gasto de energía. Esto daría lugar a épocas de excesiva activación (manías e hipomanías) y periodos de depresión que serían resultado del desgaste metabólico subsecuente.
En esta línea de pensamiento, la asociación con la obesidad tiene todo el sentido. Porque, ¿qué es la obesidad en realidad? Simplemente una mala gestión de los recursos energéticos del cuerpo, con un aumento innecesario del almacenamiento de energía que termina generando problemas. Cuando la estrategia y la regulación energética del organismo no funcionan bien, es de esperar este tipo de consecuencias. No es sorprendente que los fármacos que usamos para alterar estos mecanismos, que juegan con los engranajes de esta regulación tengan con tanta frecuencia efectos secundarios sobre el peso.
Creo que entender los trastornos afectivos desde este punto de vista nos puede ayudar a avanzar en la comprensión y el tratamietno de este problema tan frecuente y grave. La obesidad, la diabetes tipo II y el síndrome de inestabilidad afectiva pueden ser en ocasiones parte de un mismo problema, al que quizás deberíamos renombrar como trastorno de la gestión energética.