En España fuman cannabis el 20% de los adolescentes. Su regulación como un producto de consumo parece cada vez más cercana. Se convertiría entonces en un bien de mercado convencional con jugosas perspectivas de negocio tanto para el sector privado como para el estado, vía impuestos. Ante esta realidad que se impone, es interesante tener una idea clara de las consecuencias que puede tener su consumo en el cerebro y la sociedad.
¿Qué es el cannabis?
Cuando hablamos de cannabis nos referimos principalmente a los derivados de dos especies de plantas: cannabis sativa y cannabis índica. Ambas contienen una gran variedad de moléculas psicoactivas. El tetrahidrocannabinol (THC) es la más importante y conocida el .
El cannabis puede consumirse de diferentes maneras. La mas frecuente es inhalar el humo de sus hojas secas, es decir, “fumarse un porro”. Existen otras formas de consumo como los vaporizadores o la vía oral. Los efectos que tiene sobre el sistema nervioso son proporcionales a la concentración de THC de la planta. En la última década esta concentración ha aumentado gracias al diseño de nuevos híbridos, pasando de un 1.5% inicial hasta cifras del 30% (e incluso del 75% en preparados sintéticos).
Así pues, tenemos una sustancia consumida por una parte considerable de la población, con importantes efectos sobre las neuronas , pero sus consecuencias sobre la salud mental no están siendo debidamente consideradas.
¿Qué hace el THC en nuestro cerebro?
El THC es muy similar químicamente a los endocannabiniodes, neurotransmisores que de forma natural producen nuestras neuronas. Su función es compartir información entre las neuronas, interviniendo en la fenómenos como la memoria, la motivación, el control de las emociones o la concentración. Como el THC se parece químicamente a estos neurotransmisores, engaña a las neuronas haciéndose pasar por ellos. Esto altera el funcionamiento del cerebro de diversas maneras y da lugar a varios tipos de efectos.
El más conocido es el efecto consciente, que dura una media de 1-2 horas tras el consumo. Se describe como una sensación de euforia, relajación, sociabilidad y alteraciones en la percepción y la vivencia del tiempo. Es lo que buscan las personas inicialmente al usar la sustancia.
Pero el cannabis continuará afectando al sistema nervioso de manera silenciosa e imperceptible durante mucho más tiempo. Son estos otros efectos prolongados y ocultos donde se esconde el riesgo. Este efecto a largo plazo tiene que ver con la función original del sistema endocannabanoide: la reprogramación neuronal. El sistema endocannabinoide están especializado en ajustar el comportamiento de las neuronas, revisando sus conexiones en cada ciclo de funcionamiento, contribuyendo de esta forma al aprendizaje neuronal.
La reprogramación neuronal del cannabis
En condiciones naturales (en gente que no fuma cannabis) esta revisión de las conexiones se produce exclusivamente en la sinapsis que lo necesitan, de manera muy precisa y minuciosa. Pero al fumar cannabis se produce una lluvia torrencial de THC que activa la mayoría de los receptores de endocannabinoides del cerebro, de manera desordenada y masiva, desajustando innumerables conexiones al mismo tiempo y produciéndose una reprogramación generalizada de muchas redes neuronales. Esta reprogramación puede durar semanas o meses, dando lugar a trastornos de ansiedad o alteraciones graves en la regulación de las emociones. Ocasionalmente puede incluso producir psicosis, aunque esto último por suerte no es tan frecuente.
Además, el cannabis altera de forma secundaria la dinámica de otro neurotransmisor clave en el funcionamiento del cerebro: la dopamina. Es el neurotransmisor responsable de motivarnos y seleccionar lo que nos interesa hacer. Contrariamente a lo que se suele leer, la dopamina no tiene nada que ver con las sensaciones placenteras, no es una “hormona de la felicidad”. Nos ayuda a automatizar comportamientos. El THC hackea este sistema, produciendo de forma artificial oleadas de dopamina que automatizan conductas de manera anómala, en concreto la propia conducta de consumir. Así se produce la adicción, un trastorno en el que no se puede dejar de consumir la droga aunque nos dé problemas importantes porque el comportamiento de consumir se ha automatizado. Al alterarse la dopamina se producen también problemas de motivación, perdiendo energía, vitalidad y ganas para hacer aquello que nos interesa.
Su efecto puede llegar a ser indeleble y transmitirse a la descendencia
Cuando la exposición al cannabis se produce entre los 14 y los 25 años el problema es mucho mayor. A esa edad el cerebro todavía está en proceso de desarrollo, sigue siendo un órgano inmaduro. Esto hará que los cambios que produce el THC alteren el modelado final del cerebro, causando defectos que se arrastrarán de por vida, independientemente de que abandonemos el cannabis más adelante. Estos cambios indelebles en el cerebro dan lugar a una alta vulnerabilidad a la depresión, inestabilidad afectiva grave, apatía o trastornos de ansiedad. También modificarán el balance de dopamina haciendo más fácil la aparición de adicciones durante toda la vida. Por si fuera poco, estas alteraciones, pueden heredarse y transmitirse a los hijos de los consumidores por mecanismos epigenéticos, afectando también a las generaciones futuras.
A día de hoy uno de cada cinco jóvenes consumen cannabis en nuestro país, una sustancia que afecta a su desarrollo cerebral y disminuye su motivación de forma crónica. La percepción del riesgo de su consumo no se corresponde con la realidad, manteniendo un falso halo de sustancia natural e inofensiva. A esto se le suman las presiones de una industria cada vez más interesada en su potencial como negocio. Más allá de la pérdida individual que puede suponer para cada persona, la suma de sus efectos a nivel poblacional hace del cannabis un riesgo social que no deberíamos ignorar.
Para saber más: Cannabis and synaptic reprogramming of the developing brain